Justicia: equilibrar los platillos de la balanza
Se nos ha sumido en un círculo perverso de ausencia de sanción y reincidencia.
Presidente de la Asociación Civil Usina de Justicia.
Desde hace décadas las tragedias personales se reducen a causas tan cotidianas como efímeras para el común de la gente, conmovida por la rápida lectura de un titular en la página de policiales o por unas imágenes televisivas destinadas a su inmediata caducidad.
Sin embargo, el rostro oculto de esa caducidad es el infierno que una muerte inaugura a perpetuidad en quienes aman al ausente. Este rostro prueba que quien violenta una vida no se limita a violar la norma y a ofender a la sociedad. Daña a personas.
Destruye familias. Genera desconfianza en los lazos comunitarios. Pues, en palabras del filósofo Paul Ricoeur, en el asesinato se condensan “nociones como lo irreparable en cuanto a los efectos, lo imprescriptible en cuanto a la justicia penal, lo imperdonable en cuanto al juicio moral”.
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De allí que el castigo es un imperativo social, porque es el punto de intersección donde se ensambla la fractura entre el mal cometido y el mal sufrido. Por cierto, el ciudadano de a pie desconoce el derecho positivo, pero sí sabe que no se debe matar a un inocente.
Asimismo, como dijo el jurista Pierre-Marie Sève, posee un “instinto de justicia” que le permite distinguir lo justo de lo penalmente ajustado a leyes, a sabiendas de que no siempre lo penal y lo moral coinciden: hay actos inmorales que son lícitos. Y actos lícitos que son absolutamente inmorales.
Formateada por una ideología encarnada en leyes e interpretaciones judiciales que abandonaron a la ciudadanía, se nos ha sumido en un círculo perverso de crimen- ausencia de sanción- reincidencia en el crimen.
Se trata, entonces, de eliminar ese círculo vicioso, exigencia del pacto social mismo: fundándose en el derecho a la vida y a la libertad del liberalismo moderno, Isaiah Berlin distinguía un concepto positivo de libertad, entendido como el derecho a la autonomía y a la posibilidad de autorrealización, por una parte, de un concepto negativo, en el que por “libertad” se entiende el derecho a la no interferencia de terceros, por otra.
Precisamente es a este segundo concepto de libertad al que aquel que atenta contra la vida de un inocente debe renunciar. Y allí reaparece el sentido del Estado moderno, en cuanto la víctima renuncia a ejercer la venganza por mano propia y la deposita en el “afán vindicativo” del Estado que se comprometió a garantizar su seguridad. Se trata, ni más ni menos, de volver a equilibrar los platos de esa balanza que representa a la Justicia.
Herederos de esa tradición, hace una década fundamos Usina de Justicia, una organización de la sociedad civil consagrada a los familiares enlutados por la inseguridad ciudadana. Hoy es integrada tanto por allegados a las víctimas de homicidio y femicidio como por ciudadanos que por su profesión -en su mayoría abogados- o por su sensibilidad, dedican muchas horas de su vida a esta noble causa sin glamour ni lucimientos personales. Pues lo hacen por pura abnegación y porque desean una Argentina mejor. Sin estipendios, dado que no recibimos subvenciones públicas nacionales ni extranjeras.
Pese a su orfandad, a lo largo de esta década este puñado de argentinos ejercieron acciones comunitarias que condujeron desde la inconsciencia del abolicionismo a la conciencia de sus devastadores efectos.
Porque de eso se trata, ni más ni menos: visibilizar una tragedia social en la cual el Estado protegió a los victimarios y no miró a las víctimas. Así, pues, el valor de Usina de Justicia excede su misión, pues es integrada por ciudadanos que se unieron en una batalla cultural, distante de cualquier fanatismo o política partidaria.
Y a diferencia de cualquier otra entidad, no es una especie de club que busca tener más asociados. Lejos de eso, nuestra aspiración -utópica, por cierto- es que la organización pierda su sentido ante la ausencia de muertes violentas. Pero lo cierto es que, dado que el Estado no lo hace, todavía es imprescindible la existencia de una entidad que cumpla una labor sustitutiva, asistiendo en los peores momentos de la vida de las personas.
Los diez años de trayectoria de Usina de Justicia no se reducen sólo a los progresos en materia penal y victimológica -lentos, imperceptibles para la ciudadanía, pero de enorme valor para las familias que perdieron un ser querido, que sobrepasan las quinientas asistidas legal y psicológicamente a lo largo de este período.
Sus logros son un testimonio de esa faceta de la condición humana de superarse a sí misma a través del compromiso comunitario. Y en la búsqueda de una Justicia Justa, de la aspiración a una profunda transformación cultural.
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Como ciudadanos, les pedimos a nuestros legisladores, jueces, fiscales y defensores que reconcilien la ley con el valor esencial de la Justicia. Hoy, más que nunca, reafirmamos la importancia de la justicia -encarnada en la acciones de nuestros funcionarios- como cemento social.
En esta tarea, el gran desafío será exigir que quienes nos representan en todos los poderes del Estado encarnen los valores de la ciudadanía y los traduzcan en bienes y prácticas sociales valiosas. Hacer de la Argentina un país honorable, devolviéndole su dimensión ética.
Cuando la devastadora angustia se transforma en energía para construir una sociedad mejor, sabemos que no solo curamos nuestras heridas sino que, por sobre todo, transformamos nuestra sociedad. Porque una sociedad más justa es una sociedad más valiosa para todos.
Fuente: Clarin